La dependencia emocional, brevemente

Todas y todos hemos conocido casos de parejas que no entendemos como pueden seguir juntas. Casos de personas, especialmente mujeres, que vuelven una y otra vez con su maltratador físico o psicológico. Los mecanismos que subyacen a la dependencia emocional han sido muy estudiados y están bien establecidos: el miedo al rechazo, a la ruptura, a la soledad, traumas y carencias afectivas tempranas, teniendo que contar también con los desencadenantes químicos – opiáceos endógenos – como en cualquier adicción.

De todas formas, el tipo de apego parece tener un papel esencial en el desarrollo de relaciones de dependencia. El apego es la primera relación que establecemos con nuestro cuidador principal, generalmente la madre, y que es la base de nuestras relaciones significativas hasta el fin de nuestros días. El apego nos proporciona seguridad frente a las amenazas del ambiente y es también básico para nuestra resiliencia. J. Bowlby (1998) describió tras sus investigaciones cuatro tipos de apego: seguro, ansioso-ambivalente, evitativo y desorganizado. Es fácil intuir que el apego seguro es el que nos llevará a relaciones afectivas saludables. El niño sabe que el adulto atento y comunicativo, está ahí y el bebé y más tarde el adulto no tiene miedo al abandono.

  • En el apego ansioso y ambivalente no existe esa seguridad, el niño teme que le abandonen y el adulto también teme que su pareja no le ame. La dependencia emocional está estrechamente relacionada con este tipo de apego.
  • El apego evitativo también conlleva esa inseguridad, pero en este caso el bebe desarrolla una distancia emocional y se desinteresa por el contacto. En la vida adulta presentan dificultades de relación y de intimidad con la pareja.
  • El apego desorganizado tiene aspectos del ansioso y del evitativo, teniendo como respuesta a la desconfianza en el cuidador reacciones impulsivas y explosivas, llevando en el adulto a relaciones conflictivas.

Aunque se pueden dar relaciones de dependencia entre amistades, incluso entre superior y subordinado, las relaciones amorosas son las que mayoritariamente evolucionan a relaciones de dependencia. Se ha escrito sobre el papel del mito del andrógino original y en la cultura popular tenemos la búsqueda de la famosa media naranja.

Hay parejas que funcionan por simetría, diferencias, y otras funcionan por complementariedad. En cualquier caso, la dependencia no es un todo o nada, sino que sería un continuum que iría desde la dependencia cooperativa, simétrica, funcional y saludable hasta la patológica en la que especialmente uno de los miembros de la pareja ve sus derechos personales arrebatados.

Las personas dependientes, tienen esa tendencia o predisposición basada en una baja autoestima y la creencia de que no pueden estar solos, lo que las lleva a repetir patrones de dependencia emocional con diferentes parejas.

La contrapartida es el dependiente dominante, más común en hombres, pero también descrito en casos de mujeres, que busca la sumisión de la pareja, con hostilidad, humillación, crítica constante, vejación y violencia. Sin embargo, es una relación ambivalente, de dependencia emocional y necesita la víctima para validarse. Es desgraciadamente el caso de muchas víctimas de violencia machista cuando después de una separación, el agresor no tolera el abandon.

La consecuencia de la dependencia emocional es un círculo vicioso que confirma el poco valor que cree que tiene la persona, que acaba siendo incapacitante creyendo que no hay otra alternativa a la relación con el maltratador, es decir el dependiente cree literalmente que no puede vivir sin la pareja, el miedo a vivir sin la pareja supera al miedo a lo que la pareja le pueda llegar a hacer.

Como en muchos problemas psicológicos o emocionales, falta “conciencia de enfermedad” o de que exista un trastorno en las personas dependientes por lo que es poco probable que pidan ayuda o si la piden no es específicamente por la dependencia, sino por depresión, ansiedad, estrés por el trabajo y otros. En estos casos es crucial el apuntalamiento de la autoestima y la autoconfianza, basándola en fuentes internas, la mejora en las habilidades de comunicación y asertividad, la regulación emocional para lo que son útiles las técnicas de mindfulness, así como el trabajo con los traumas y duelos tempranos.

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